3.Él.

No debió hacerlo. Ese es el problema de los mortales, que nunca escuchan. Actúan sin pensar, son impulsivos, por eso mueren sin apenas haber vivido. Ahora por su culpa, me encuentro entre la espada en la pared.
No matarle indicaría cobardía y debilidad. No obstante, por ilógico que resulte, no encuentro satisfacción de la idea de matarla.
Su pelo cobrizo me recuerda a las llamas del infierno que antaño fue mi hogar. Sus ojos como el azabache me abren la oscuridad de la noche, sus gestos suaves, la idea de sus dedos acariciando mi mortecina piel. Su pensar… ¡No me teme! Es el primer ser, en centurias, que no me teme. Y poco a poco, eso me carcome, Esta destrozando mis barreras, haciendo que me debilite. Sin temor yo soy nada, tan acostumbrado estoy a él.  Mi fuerza mengua y mi hermosura se pudre. Soy el príncipe de los malignos, el legítimo rey.
Ella me enloquece. Se lo que debo hacer, y lo haré. Pero antes, ¿por qué no jugar con la comida?

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