Travesía...

Era una noche como otra cualquiera, pero yo no podía dormir, sentía una quemazón en la piel, era como si algo me llamará. No sabía que hacer, donde se suponía que debía dirigirme. De repente ya no estaba tumbada. Estaba en medio de la calle, andaba descalza por las calles mal adoquinadas de mi ciudad, y notaba como mis pies magullados pedían clemencia, me pedían que parara, que los dejara escapar del dolor. Pero yo no hacía caso a mis pies. Y seguía andando mientras las lágrimas se mezclaban con la lluvia en mi cara. No sabía porque lloraba. Yo era una extraña en mi cuerpo, no interpretaba lo que este me decía. Era como si fuéramos cosas diferentes que habían dejado de intentar entenderse. Mi pijama fue desapareciendo con la lluvia, parecía acido haciéndolo jirones. La desnudez que este dejó fue cubierta poco a poco por un hermoso vestido. La lluvia se adhería sobre la piel e iba creando un fino manto. Mientras, yo andaba por la ciudad. Pasé por la fuente de los deseos y me zambullí en ella, aquel enorme estanque depositó flores sobre mi cabello, delicadas flores de agua cristalina que tomaron el color de la luna y crearon una corona de luz a mi alrededor. Cuando salí de la fuente, el vestido era aun más hermoso. Ya no era una simple prenda de luz que recubría mi cuerpo, ahora era un bellísimo diseño que hacía mi cuerpo aun más elegante. Caía por el suelo y se arrastraba tras de mi. El aire de la noche me azotó mientras seguía andando, cada vez era más fuerte, y mi paso cada vez más firme. Y el vestido cogió volumen y aun era más hermoso. La luna fue tiñendo sus nuevos pliegue que parecían de gasa, y las estrellas caían del cielo para adornarlo. Brillos delicados resaltaban mis nuevos ojos. Ojos que tenían el poder de una diosa. Algo tiraba de mi, y esa algo era mas fuerte que yo. Vi el bosque de los Mil Tormentos, aquel del que los sabios advertían que si querías averiguar que había más allá de él, lo averiguarías con valor, pero no retornarías para contarlo. Pero mi miedo no era sufriente para pararme, pues noté un escalofrío subir por mi columna y atravesar mi pecho. Una suave voz se instaló en él. Y esa voz me calmó y me robó el miedo. Mi ancla a la vida. Así, con paso firme me interné en el bosque. Y entendí su nombre. Su apariencia era temible, cuando te internabas en él, miles de ramas secas se clavaban contra todo tu ser. Desgarraron los pliegues de mi hermoso vestido. ¡Mi vestido! En aquel momento solo me importaban dos cosas, la voz de mi corazón y mi hermoso vestido. Las mangas que cubrían mis brazos se rasgaron y dejaron de cubrir mi cuerpo. El cuerpo de mi vestido se desgarró y dejo de cubrir mi vientre. Pero extrañamente, no me hice daño, y el hermoso vestido era igual de bello, quién sabe si incluso más. Aquel bosque desapareció, y todo se volvió desértico y terriblemente despoblado. El aire del desierto se alzó, y las flores de mi cabello se marchitaron, y adquirieron un extraño color. Era como plata muerta. Seguí andando. Notaba los pies descalzos en la arena y como las heridas que habían echo los adoquines se llenaban de arena y humedecían mis ojos por el dolor. Pero todo eso daba igual, porque a cada paso la voz era más fuerte. Un nuevo escalofrío me advirtió de peligro. Pero yo no veía ningún depredador, encogida por el miedo seguí con mi camino y oí el aullido de un lobo en la lejanía. "¿Lobos en el desierto?" mis piernas echaron a correr. Nada tenía sentido pero eso daba igual. Corrí hasta que los pulmones empezaron a arderme y no podía respirar, y llegado a ese punto, seguí corriendo hasta que me interné en una espesa bruma y los aullidos se dejaron de oír. En aquel oíais de niebla no se oía nada. Notaba mi pulso acelerado, pero no lo oía. No oía mis pies romper la hojas que sabía que estaba quebrando. Seguí andando y mi pulso se relajó, los parpados me empezaron a pesar, y de repente estaba muy cansada. Andaba dando tumbos y no veía nada. El miedo me atenazó los músculos y sin oír nada caí por algún lugar. Sin oír mi grito; también puede que no gritara, puede incluso que no cayera. La oscuridad deba vueltas sin dar tregua a mi cerebro y mientras yo creía caer, el sopor me tragó poco a poco, y cuando estampé contra el frió suelo, oí el golpe seco de mi cuerpo, y volví a escuchar mi corazón. Entonces el sopor me venció. Y caí dormida en algún lugar de esa bruma.
Cuando desperté ya no estaba en la niebla. Miré hacia arriba y no vi nada mas que cielo. Entonces me cuestioné si es que había caído, pero mientras miraba, vi un pasadizo de cristal que empezó a derretirse. Y del que calló una delicada gota. El viento sopló. Entonces hacia tanto frío que aquella delicada gota se convirtió en nieve. Pero yo no sentía el frió. Seguí andando sin rumbo mirando a todos lados sin ver nada que no fuera de cristal, árboles caducos de transparente cristal pulido. Nada más. Y mientras la nieve caiga se fue quedando sobre mi espalda, y poco a poco empecé a notar el frió. La nieve sobre mi espalda esa suave y al tocarla se convirtió ante mis ojos en una capa de terciopelo blanco. Me envolví en ella. Poco a poco entre en calor. Sentí que mi piernas empezaban a correr, y porque sí, mi risa brotó. Empecé a bailar sobre el suelo de cristal. Cantaba y daba vueltas, simplemente reía.  Empezó a hacer calor y la capa se derritió empapando mi piel y llenándola de roció. Cada vez hacía más calor.  Y cuando miré hacia abajo vi que el suelo de cristal allí era muy fino. Debajo de mis pies estaba el infierno. Mis ojos se agrandaron y eche  a correr, pero no podía apartar la vista. Miles de demonios jugando a depravados juegos con los condenados. Nadie se lo pasaba mal. Aquel era un caos. Ese infierno era el cielo de los malditos. Todo fuego y calor. La belleza de la maldad empezó a atraerme y vi unas escaleras por las que bajar. Todo me dio igual en aquel momento. Quería bajar. Unirme a su pecaminosa danza. Y seguí a mi instinto. Un peldaño, dos peldaños. El calor aumentaba y la voz gritaba. Pero no sabía el qué. Cuando perdí de vista todo el anterior paraje, una voz me detuvo. Algo me poseyó. Mis ojos empezaron a brillar, y mi cuerpo a temblar. La voz. Ahora oía a la voz. Me decía que diera media vuelta. Que me marchara de aquel lugar. Pero yo no lo entendía. No entendía porque. Luché contra aquella voz y la expulsé de mi cabeza. La saqué de mi corazón. Entonces noté como algo moría en mi. Y vi sus ojos. Lloraban por mi, porque me habían perdido. La luz de mis ojos se apagó. Y si antes brillaban cuan reina de la luna ahora brillaban como si la fuerza de todo el mal se encerrara en mi. Seguí bajando aquella escalinata con majestuoso porte. Mientras dejaba atrás el rostro mas hermoso que jamás vería. Aquel chico no era muy guapo. Pero cuando lo vi por última vez me miró como si lo hubiera perdido todo, como si sin mi, no fuera nada. Y eso me dio la fuerza que nunca había tenido. Mientras andaba mis pies heridos sanaban y sentía mi cuerpo cambiar. Mi pelo de cristal de volvía azabache, mis uñas se alargaban. Un hambre feroz se adueñaba de mi. Mis pupilas crecían y se alargan; mis instintos se volvían como los de un felino. Todos los presentes cesaron en lo que hacían para mirarme. Mientras atravesaba la sala, las estrellas de mis vestido cayeron y murieron. Mi vestido se evaporó mientras andaba entre las llamas de la condenación eterna. Seguí andando desnuda y poderosa entre una nube de vapor, mientras la pasar por la lava y el fuego un nuevo vestido se forjaba. Cuando llegué ante todos el calor se había pegado a mi piel, y rojo pasión, llevaba un corsé. Los presentes empezaron a postrarse ante mi. Cada demonio, cada odiado ser admirándome. Admiraban mis piernas lujuriosas y la minifalda de cuero rojo abierta por los extremos, formada por la luz del abrasador sol. Cintas de cuero entrelazaban en mis tobillos siguiendo el camino hacia los muslos. Note que ante su miraba mi pelo se rizaza y se alargaba, siendo  surcado por llamas de llameante pasión. Unos diminutos cuernos brotaron en mi frente, y la sensación de poder cada vez era más abrumadora. Mis caninos se alargaron y abrí la boca para liberarlos. Mis ojos se encendieron, y alrededor de mis nuevas pupilas lo que antes era plata se volvió rojo, y lo que según las estrellas era blanco se volvió negro.
Entre la multitud apareció el hombre más impresionante de la faz universal. Cada vez mas cerca de mi, todo mi ser empezó a temblar. Un nuevo escalofrío me recorrió. Y supe que aquel no era un hombre. Note que era mucho más. Sus ojos me miraban con adoración y mi corazón palpitaba con veneración. Cuando llegó ante mí, vi sus enormes olas negras de ángel caído. Su pecho al aire me robó el poco aliento que quedaba y sus ojos de oscura luz me robaron mi ultimo latido.
-Bienvenida al infierno mi reina. Soy al que llaman Lucifer.

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