8. El principio del fin.

Aquel día calló sobre la aldea la más espesa de las nieblas. Pero ella tenía que ir de aquí para allá en una injusta sucesión de tareas pese a saber que lo inteligente era quedarse en casa. Él la rondaba. Lo notaba en cada paso de que daba, como la curiosidad mezclada con la pasión y sus ansias de venganza se le clavaba en la nuca. La niebla se espesó hasta el punto que tuvo que detenerse. ¿Dónde se encontraba? ¿Dónde se encontraba nada? Empezó a girar sobre si misma abrazándose a su pecho fuertemente. Una, dos, tres; con cada vuelta que continuaba dando acababa con la poca orientación que tenía, pero no podía evitarlo, pues sabía que tarde o temprano caería sobre ella. Y no tardó en mostrarse. Poco a poco sombras negras fueron haciéndose mas nítidas hasta formar solidas que personas que la rodearon. ¿Pero cuál era la real? "Quizá todas lo sean", pensó en aquel momento. La voz emergió de todas a la vez. Suave y sensual, era incapaz de percibir lo que decía, de entender que la contaban. Lentamente se fueron cerrando sobre ella y acabó por detenerse sin haber hallado la fuente de las palabras. El tono de su perorata creció hasta arden en cólera y encerrarla en un mundo de ira. La sombra que tanto intentaba identificar rodeó por detrás con sus fuertes brazos, pegando cada fibra de su sera a él. Primero empezó como una caricia trémula que acabó rodeando su cuello, venciendo sus últimas fuerzas y haciendo que cayera inconsciente sobre él.

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