1.Prefacio.

Aquel torreón inspiraba fantasmas. Evocaba imágenes en la mente de la gente por las que estos pobres mortales se echaban a llorar. Un solitario torreón de una carretera abandonada, rodeada de árboles muertos, o que fingían estarlo, y siempre rodeada del continuo aleteo de los cuervos. En aquellas tierras un cuervo lo significa todo menos un buen presagio. Supongo que las gentes de aquellos paramos no hacía mal en estar asustada. Un cuervo entró por la ventana más alta y entre el volar de sus negras plumas se convirtió en humano. Más ciertamente, adoptó tal forma, pues nadie es el príncipe de las tinieblas siendo un vulgar mortal. Aquel hermoso ser, se movía como un depredador mientras desentumecía sus músculos después de la trasformación. No podía parar de dar vueltas en la enmohecida habitación, aquel día se sentía inquieto. Notaba bullir la sangre en su interior. Los habitantes de aquel lugar temían su morada pues sabían que había mal en ella, pero no sabían quién era ese mal. No hacían nada por desterrarlo de sus tierras. Jamás miraban el torreón, si quiera lo nombraban. Pero poco a poco, se habían acostumbrado a vivir cerca del mal, y ya simplemente se limitaban a encoger los hombros y correr a todos lados. No tenían paz, y cada ruido les asustaba, pero ya no era suficiente para él. Ansiaba más miedo. Deseaba ver a gente morir de pánico. Había sido paciente. Él mismo se había autoimpuesto aquel reto, asustar al pueblo que había conocido todos los males terrestres. Pero su sola presencia no era suficiente. Quería más. Era hora de actuar. 

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